Elementos para un balance de época

 
Lido Iacomini – Octubre de 2017

 

Les acercamos por este medio un escrito de nuestro compañero Lido Iacomini para su análisis y discusión. (Octubre de 2017)

Si bien parece inexorable comenzar por analizar el significado de los resultados electorales del 22 de Octubre en la Argentina, resulta mucho más importante conocer la naturaleza de la situación del país en un plano más
estructural, vinculado al momento histórico enmarcado en la crisis del sistema capitalista internacional.Quizás sirva para aportar desde otro ángulo para comprender que pasó y sobre todo qué puede pasar.

 
Nadie pone en duda que Latinoamérica toda vive una suerte de regresión de su década de oro.
Sí hay diferencias en prever cuanto puede durar la ola derechista y neoliberal. Los tiempos de Chávez, Lula, Néstor, Correa y Evo ofrecían una perspectiva muy distinta a la actual, independentista de los grandes centros del poder mundial y de redención de los más humildes y postergados por nuestra historia.
 
Nos ilusionamos –en una sana ilusión- con la recreación de la antigua aspiración de nuestros próceres fundadores: la Patria Grande latinoamericana.
Y apenas si habíamos comenzado a dar pasos creativos en ese sentido –cómo la CELAC, la UNASUR y la fundación embrionaria del Banco del SUD- cuando los problemas económicos y políticos derivados de la gran crisis del 2008 y 2009 nos atropellaron fuertemente.
Con velocidad acelerada por las premuras del capital financiero internacional, creció su afán de alimentarse de nuestros recursos, al mismo tiempo que fueron rediseñando las características del mundo contemporáne de acuerdo a un modelo, robotizado y tecnodigitalizado que diseminan globalmente sin pausa. Se fue instalando una diferente división internacional de la producción y el trabajo (ya no sólo del trabajo), una laxa reconfiguración de las fronteras (de nuevo tipo) y de los bloques asociativos que se reparten el dominio financiero y político del mundo y que van resquebrajando las estructuras institucionales que heredamos de la
posguerra y otras que creíamos aún con vigencia y vigor.
 
Eso es lo que pasa con Europa donde impactos como el Brexit conmueven al viejo imperio Británico y al Mercado Común Europeo o dónde las tensiones creadas por la que pareciera imposible asimilación del
separatismo catalán, hunden al pacto de La Moncloa y muestran la cara oculta y represiva de la monarquía borbónica. Nos hacen recordar que el aggiornamiento español a la Europa democrática e industrial de posguerra,
dejó bajo la alfombra restos del franquismo, las aspiraciones republicanas derrotadas y pateó para el futuro las viejas cuestiones de las autonomías regionales en el apuro por alumbrar la Constitución del 78.
 
Y ni hablar de la más reciente sofocación de la revuelta anti ajuste de los griegos contemporáneos que tuvieron que dar a luz a un gobierno de izquierda amordazado. Son las diferentes expresiones de la crisis de los Estados
Nación -que fueron paradigmas institucionales de las repúblicas democráticas, capitalistas y burguesas de la modernidad- provocada por la arrogante y antidemocrática globalización.
Su contraparte es el resurgimiento de los nacionalismos y separatismos, en su momento apagados por las expectativas encandilantes de los Estados de Bienestar.
En ese marco caracterizado por la reprimarización periférica y la financiarización desorbitada: ¿Es viable la Argentina actual? Absolutamente no, si hablamos de la Argentina neoliberal con que sueña el macrismo, mientras duerme y y sobre todo hace dormir a nuestro pueblo acunado por un endeudamiento feroz, del que sólo se puede despertar con un dolor de cabeza de mil resacas.
 
Esta Argentina es la respuesta de Mauricio a Aldo Ferrer, que pedía vivir con lo nuestro.
Probablemente una aspiración imposible.
Pero que sirve para sacudir certezas y preguntarnos también por la viabilidad actual de una Argentina bajo el modelo que alcanzó a diseñar el kirchnerismo, heredero de lo construido por el peronismo y hasta cierto punto por el frondofrigerismo desarrollista.
Sé que algunos dirán que no alcanzó el tiempo, o que la correlación de fuerzas “no dio” y que al menos sentó las bases -si no económicas al menos sí de ideas y direccionalidad de las tareas que era necesario encarar- ya que fuimos propulsores de la Patria Grande (válvula de salida en lo inmediato del constreñido espacio nacional asfixiado por la globalización).
 
Sé que es cierto -en cierta medida y cantidad- pero no nos engolosinemos con las consignas de reivindicación de un pasado donde quedó una transformación a medio camino y un tigre herido porque sólo se puede enamorar con un proyecto de futuro,viable y creíble, que debe señalar con crudeza lo que lo que no fuimos capaces de hacer. Reconociendo que no logramos salir efectivamente de un modelo nacional estrecho, jugandonos enteros a construir la nueva nacionalidad sudamericana. Y es en ese sentido que la política latinoamericanista debe comenzar, ya mismo y ahora, desde el llano, desde la oposición y con la necesidad de forjar alianzas y programas comunes, marcando la intención de ser una misma y única fuerza política de envergadura sudamerican. Y esto es posible y no admite demoras, al menos con nuestros hermanos de Brasil, Uruguay, Ecuador y Paraguay. Pero también de Venezuela a pesar de la demonización que sufren internacionalmente y recuperando las fraternas amistades forjadas durante el kirchnerismo.
 
Cristina realizó ya movidas interesantes, y tiene otras previstas en lo inmediato con la izquierda europea y me parece muy bien. Deben incrementarse las latinoamericanas y no sólo de Cristina. Es parte esencial de la política que se viene si queremos superar este horizonte.
El macrismo ya viene de lejos dando muestra de que pretende encarnar el programa de la globalización proyanki presumiendo que es su forma para insertarnos en el mundo y copia la esencia de las políticas laborales brasileñas de Temer y las francesas de Macrón, como alumno obediente del FMI y el Banco Mundial.Es comprensible que aspirar a competir por las inversiones externas de ese modelo perverso presupone incluir las reglas laborales del neoliberalismo más descarnado, pero no es cierto que sean la condición necesaria y suficiente.
Sí que suponen un crecimiento de los beneficios de las grandes empresas existentes en nuestro país que justifican la identificación popular del macrismo con una política para los ricos. Pero no es creíble que haya un camino claro de inserción en el mundo, sobre todo cuando ese mundo está en una crisis productora de confusiones y cambios de rumbo cotidianos al compás de encarnizadas batallas entre los mismos poderosos.
 
No puede dejar de señalarse que Macri comulga con muchos de los giros derechistas, racistas y anti inmigratorios de Trump, pero su giro pro establishment demócrata, junto a su ex canciller Malcorra, y su connubio político con Hillary Clinton durante la campaña norteamericana pesan más que sus coincidencias ideológicas “Trumpeterianas”, lo que no se le escapa al Donald que nos castiga con tasas antidumping.
 
Debió hacer duelo por el entierro de los tratados internacionales que esperaba el neoliberalismo criollo (que como bien lo señalara en una intervención nuestra compañera Grazia, es un neoliberalismo periférico, por no decir “bananero” y funciona como la genuflexión de los esclavos en busca de las migajas del festín de los“ricos”).
¿Cómo volver de aquí, al análisis de las recientes elecciones? Dice Pablo Semán que el kirchnerismo no encuentra los sujetos a representar, las herramientas para constituir esa representación ni los horizontes hacia los cuales
dirigirse.
 
Si bien suena como una verdad, tan sólo lo es a medias en la medida que no existe casi una clase obrera tradicional sino que hoy el universo de los explotados recoge nuevos rasgos de los que comienzan a dar cuenta nuestros movimientos sociales e incluso algunas organizaciones sindicales.
 
Y en ese sentido hay herramientas en construcción pero sí es necesario reconocer que hay retraso en la creación (o actualización) de un pensamiento social que incorpore los nuevos horizontes del mundo contemporáneo. Mientras el neoliberalismo sostiene la flexibilización laboral para justificar 10 o 12 horas de trabajo, encima mal pagas, el análisis de un mundo que cada vez requiere menos de la mano de obra humana, indica la necesidad de la lucha por la disminución de las horas de trabajo de los seres humanos y su universalización. Y a eso hay que fundamentarlo con solidez.
 
Ya desde antes del 22 de Octubre la confusión de muchos compañeros los llevaba a decir de manera simplista que la gente opinaba y votaba contra sus propios intereses, en una suerte de ceremonia autosacrificial orlada por interpretaciones psicoanalíticas semi estrambóticas.
En realidad la cosa era más simple en la inversión del teorema de Pugliese, que se quejaba de los empresarios a los que les había hablado con el corazón y le contestaron con el bolsillo. Acá equivocamos el rumbo al insistir en señalarles (y señalarnos) como central los problemas económicos cuando la gente votó con los sentimientos como eje de sus decisiones. Por cierto sentimientos que no aceptamos como el odio a Cristina y el hastío del kirchnerismo. Pero les hablamos del bolsillo y nos contestaron con el corazón.
Les hablamos desde la razón y nos contestaron con el sentimiento.
Y esas razones consolidaron los sentimientos de una importante porción de nuestro movimiento pero aun así nos sentimos impotentes para dar vuelta esos sentimientos acendrados, que enmarcados por la grieta nos impiden volver al pasado.
Cinco importantes dirigentes se sentaron a la mesa de un diario emblemático –Tiempo Argentino- y coincidieron que no debemos persistir en debatir del pasado y al reunirse dan una señal que pareciera ser de superación.
 
Pero contradictoriamente el pasado es ineludible y hay en el pasado argentino algunas experiencias que más nos vale no ignorar a la hora de imaginar cómo reconstruir el movimiento nacional y popular.
Fue un 17 de Octubre el que alumbró el camino para el primer peronismo. Fue el Cordobazo el que comenzó a despejar las brumas de aquella dictadura instalada a mediados de los 60. Fue una guerra, la de Malvinas lo que antecedió a la recuperación democrática y el arribo de Alfonsín y fueron la jornadas de Diciembre del 2001 las que explican el kirchnerismo.
Por supuesto no son sólo las conmociones y los grandes hechos de masas y sus debates las que explican los ciclos políticos pero en la vida política de Argentina le imprimen a éstos un sello insoslayable y si bien la política y las
urgencias de la coyuntura no admiten espera exigiendo decisiones ya, sería necio no estar atentos a los murmullos subterráneos de nuestra sociedad y al momento en que afloran y hacen historia.
 
Porque no habrá novedades gratas sin lo nuevo que ofrece la vida y la historia.
Sin ello no habrá constitución de una nueva mayoría.
Podemos hacer los análisis críticos que queramos pero el triunfo del 73 no hubiera sido posible sin esa juventud, forjada en la política en esos pocos años previos, sin la cual no hubiera coronado la larga resistencia. El kirchnerismo no enterró al peronismo sino todo lo contrario, lo revivió, pero la savia necesaria fue lo nuevo que le aportó. Creer que todo lo construido estos años no sirve sería un craso error, pero no habrá alambiques suficientes para destilar lo que necesitamos sin experimentar con audacia, sin estimular sin medias tintas lo nuevo, sin explorar territorios, conglomerados e individuos que surjan de los tiempos difíciles que estamos viviendo y de los acontecimientos por venir. Sin viejos dogmatismos ni nuevos determinismos.
 

 

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