Hoy no le vamos a hablar a Mordisquito. Hoy te vamos a hablar a vos, querido cumpa. Y para romper el hielo, largamos con una frase como un cross a la mandíbula.¿Preparado?
El kirchnerismo ha muerto
Pero antes de que putees, no es este el obituario que la prensa gorila y canalla le tallaron en lápida durante años; éste más bien es un ave fénix peronista, que como la muerte del rey, provoca el grito de “muerto el kirchnerismo, ¡Viva el peronismo!”
Nos permitimos decirlo porque formamos parte de él, porque estuvimos en cada plaza, porque nos convocó a la lucha y al festejo, así que venimos con la pala del enterrador en una mano y con la cuna en la otra, a celebrar el final y el origen de esta experiencia histórica.
Como en todo discurso fúnebre, se resaltan sus virtudes: para empezar, a muchos de nosotros, el kirchnerismo nos otorgó la ciudadanía argentina.
Éramos votantes, militantes part time, polemistas más o menos apasionados, hasta que el kirchnerismo nos empujó de lleno a la política.
En cierta forma y a los tumbos, el kirchnerismo politizó de igual modo a la sociedad argentina, que pasó de la pizza y el champán de los 90, del cinismo apático y menemista, a una agenda política que nunca había transitado.
Que las corporaciones mediáticas alimenten la cabeza de esa ciudadanía con pescado podrido y la enchalequen en los foros de sus páginas a pura puteada y lugar común, son dos pesos aparte.
Pero el kirchnerismo fue inclusivo hasta en eso, porque metió de prepo en la política al indiferente, al desmemoriado, al que le martillaron en el alma las frases que aún repican con ecos de horrible argentinidad: “acá nadie quiere trabajar”, “algo habrán hecho”, “no necesita robar porque es rico”.
Así que, a ese kirchnerismo, que fue un poco accidente histórico, improvisación sobre la marcha y perla en el rosario del mejor pensamiento nacional, hoy le damos la despedida, y recibimos al que vendrá.
Ese kirchnerismo que está naciendo deberá abrazarse dialéctica y amorosamente al peronismo, o no será.
Ya pasaron los dos años, tiempo regular en todo duelo, tiempo de pasar del estupor a la costumbre, del llanto a la resistencia; de lamerse las heridas y cobijarse en guarida familiar a empezar a jugar este ajedrez filoso con los compañeros.
Hora de hacer balance
¿Empezamos? Bien, entonces, ya que hablamos del kirchnerismo, digámoslo sin anestesia:
El Instituto Patria son los padres.
Fue un placebo de gobierno que sirvió para combatir el síndrome de abstinencia ante la falta de poder, pero no deja de ser la expresión edilicia de ese cadáver magnífico, gigante y épico que es el kirchnerismo.
Su lógica fue la del que juega con soldaditos de plástico imitando la batalla real que se da en las calles.
Porque en el Patria, la palabra evoca y reemplaza el objeto real.
Nos hace la ilusión de que la Patria está en el Instituto, pero la Patria está afuera.
Después de todo, siempre hubo algo desmesurado en el signo K, un rasgo que escondía lo real y disimulaba errores con algún que otro boqueo épico.
Y es lógico que así haya sido: como toda experiencia populista que cocina a fuego lento una revolución que quizás nunca llegue, lo simbólico sobrepasó a veces lo real, y, como esas plantas que crecen sin dar frutos, más de una vez el kirchnerismo se “fue en vicio”.
Y así, como ya se dijo, sus puestas épicas solían sobrepasar la real magnitud de sus actos.
Y en esa dinámica, el grito fue más que la reflexión, y la remera más que la búsqueda y afirmación de una identidad.
Eso determinó que a veces se crearan “fans” pero no cuadros, que se alentara la euforia, ninguneándose la crítica; que se formaran soldados, pero que se les arrebatara la mochila donde se lleva el bastón de mariscal.
Un “fan”, digámoslo de paso, es alguien que adora un objeto al que convierte en fetiche.
Toda su energía se dirige a esa idolatría. Por esto mismo, por epidérmico, superficial y acrítico, un “fan” es antipolítico.
Y que se entienda que no venimos aquí a renegar de la fiesta peronista, de ese erotismo volcado en plazas donde se convocó a la lealtad y se reafirmó la lucha.
Pero hoy el escenario es otro.
El mantra “vamos a volver” nos sostuvo el ánimo por un tiempo, pero un militante no necesita mantras, necesita doctrina.
Idealizar el pasado o intentar que calce en un futuro posible, es un ejercicio melancólico alejado de la política. Y la política no se nutre de melancolía, sino de convicción.
Respiremos profundo, entonces, y asumamos los yerros.
Digamos que fuimos incapaces de salir del aldeanismo mental, de la endogamia política, de la ingenuidad ideológica, la que nos llevó a suponer que el matrimonio igualitario, con música de Roxana y edición de Gvirtz era no solo un anhelo de toda la sociedad argentina sino una necesidad por arriba del trabajo en negro, de la industrialización pendiente, de la pobreza.
En esta cerrazón, que palió lo real con lo simbólico, todavía hoy nadie plantea, por ejemplo, qué modelo de comunicación superará la entrega de medios a empresarios que no sabían del tema, que poco tenían de peronistas o que fueron tan chambones como para fundirlos.
De esa manera, una ley de medios ejemplar terminó por parecerse a la táctica del tero, que grita lejos del nido para proteger a la cría por nacer.
Para que se entienda, aquí los huevos fueron un tal Szpolsky; y la defensa de la ley, el aspaviento que terminó por alejar a más de un argentino que no terminó de entender qué patriada se jugaba en el camino.
Sí, porque en esa sobreactuación del signo K, más de una vez la gente de a pie se quedó en Babia, mirando con la ñata contra el vidrio al Patio de las Palmeras, o peor, volviéndose blanco fácil de las corporaciones mediáticas que con un discurso del sentido común, lo fueron llevando a su redil.
El kirchnerismo fidelizó a una clase media progresista, que en su afán de mimetizarse con el movimiento que le dio una identidad política, disimuló sus derrapes ―un Berni o un Granados en Seguridad― y acentuó sus propios prejuicios históricos: antisindicales, anticlericales, antimilitaristas; de esa manera, hoy son muchos incapaces de valorar el papel geopolítico de Francisco, la urgencia de unas Fuerzas Armadas al servicio de la Patria o la importancia del movimiento obrero.
La tara no se origina en el kirchnerismo.
En el “país burgués” del que hablaba John William Cooke, sus habitantes no podemos ser otra cosa que burgueses; por eso en el kirchnerismo abunda ese espíritu antisindical, fogoneado por prejuicios de clase.
Noten que, si la CGT anuncia una movilización, se pide paro, si un paro por 24 horas, se pide por tiempo indeterminado.
Y si Moyano se opone al gobierno, se pone bajo la lupa su currículum, biografía y declaraciones.
Un solo canto de sirena, un rumor aparecido en cualquier pasquín de la derecha y ya sale un muro histérico en Facebook a denunciar que la marcha del 21 no se hace, que Moyano está con el gobierno, que no queremos marchar con traidores.
Pasa algo curioso con algunos compañeros cercanos al kirchnerismo: frente al sindicalismo peronista, se vuelven trostkystas, pero frente al radicalismo kirchnerista, son socialdemócratas.
Frente a un Moyano, piden un Tosco, pero frente a un Santoro, se conforman con Alfonsín.
Y de paso, podemos coincidir en que Leandro Santoro es un buen comunicador y un tipo que se ha puesto la incómoda capa del peronismo con decoro.
Pero Santoro no tiene la representación de millones de trabajadores ni la obligación de sumar. Santoro puede darse el lujo de sobreactuar el signo K.
Un dirigente sindical, no.
Entendámoslo: el kirchnerismo ha sido el hecho maldito del país burgués, por eso no se puede permitir ser el hecho burgués del país peronista.
Y sepamos que la unidad del peronismo en este trance no es una opción, es un destino. Y no podrá hacerse para gestionar lo posible, sino para enfrentar al horror, que el futuro mide en bases militares yanquis, maras y barones narcos amparados por la DEA, jueces y policías.
Se hará para confrontar a los gerentes de un mundo donde 42 tipos se llevan la ganancia de 3.700 millones de personas.
Se hará para enfrentar a un poder que avanza con ínfulas de genocida, bajo la careta amable de un emoticón.
Ese peronismo se hará para fundar un San Jorge compuesto por millones que en este rincón del planeta le corte la cabeza a ese dragón que pretende incendiar al mundo.
Démosle entonces su último adiós al kirchnerismo que conocimos. La melancolía al sótano, la remera del “vamos a volver” al placard y, sublimada en la cabeza, la frase “estamos volviendo”.
Saquemos el bastón de mariscal de la mochila y seamos las células saltarinas del cuerpo peronista, que no hay que confundir disciplina partidaria con obediencia debida, ni silencio discreto con secretismo.
“Hagamos lío” como dijo Francisco y repitamos el entusiasmo de aquellas formaciones de la Resistencia, que podían pecar por anárquicas y repentistas, pero nunca por melancólicas y sumisas.
Y ojo con las redes, ese espacio en el que nos siguen dando vuelta un par de trolls.
Vayamos ahí sabiendo que son territorio de lo binario, de lo espasmódico, de lo superficial, un lugar donde se crían feed lots de “youtubers” o protestones sedentarios, pero de donde nunca salen militantes.
Cuidado con ellas entonces, que son válvula de escape, ventana que se abre para pegar un grito y desahogarse.
Ojito, que su sintaxis es la del enemigo, por eso ver qué hacemos con ellas, cómo se las convierte en nuestro instrumento, es tan importante como saber qué hacen ellas con nosotros.
Y ante el descalabro neoliberal, siempre la frase de Spinoza a mano: “ni llorar ni reír, comprender”.
Vamos compañeros, que a estas huestes las comanda la Abanderada. La flanquean Discepolín y Manzi a uno y otro lado, y desde una grúa nos filman Favio y Hugo Del Carril.
Vamos que por allí viene Marechal escribiendo de nuevo el mito y Rodolfo Walsh anda con la Remington disparando verdades.
Vamos, que como dijo Oesterheld no hay más héroe que el héroe colectivo.
Vamos, con la pelota siempre al 10, que es Jauretche; y en el banco arman el juego Néstor y el General.
Vamos.
CB/