El presidente Mauricio Macri recibió al policía acusado de asesinar a una persona acusada de robar. Vamos a analizar por puntos esta acción política con un fuerte impacto simbólico.
1) Decirle policía al asesino y ladrón al muerto construye todo un universo de sentidos. Justifica el asesinato, lo legitima. El titular se puede construir así: “Macri recibe al policía que mató al ladrón que defendió al turista” o también “Macri recibe a un asesino acusado de matar.” Que quien mate siga siendo policía y quien muera no sea víctima sino ladrón es una operación semántica no ingenua. Parece que el delincuente es solo el muerto.
2) No se trata de un justiciero. La ley del Talión, que tiene veinte siglos de vigencia desde que el rey Hamurabi la impuso en Babilonia, establecía que nadie podría morir por un robo. Ojo por ojo, diente por diente implica una limitación al castigo. Matar a quien robó es más primitivo que la ley del Talión, por eso matar por la espalda a 300 metros del lugar hecho parece bastante alejado de la hipótesis de la legítima defensa de un tercero y por lo tanto quedar jurídicamente justificado el homicidio. Por la descripción hecha en la prensa se parece bastante a un homicidio doblemente calificado (por alevosía y por ser el sujeto activo miembro de una fuerza de seguridad) y agravado por el uso de arma de fuego. ¿Significa esto que se debería premiar a quien robó? No, como tampoco premiar a quien mató. En una sociedad civilizada es el poder judicial quien investiga y juzga, no un policía con un arma ni un presidente con una palmadita en la espalda.
3) Se dice un gobierno que respeta la república, pero infiero cómo pesará en la decisión del poder judicial el fuerte respaldo presencial al imputado. Dice el artículo 109 de la Constitución Nacional: “En ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas”.
4) Cuando Macri dice, y cito textual, “Estoy orgulloso que haya un policía como vos”, le está hablando al resto de las fuerzas de seguridad, otorgándole una licencia para matar muy peligrosa para el Estado de Derecho. Pero también le está hablando al resto de la ciudadanía: la violencia parece ser un medio legítimo de resolución de conflictos. Dice Darío Sztajnszrajber: “Para cuidar que no haya violencia se violenta a los violentos” o dicho por Walter Benjamin “para cuidar lo permitido se combate lo prohibido haciendo uso de los mecanismos que se prohíben”.
5) Todo lo que el gobierno hace es medido milimétricamente por las encuestas. Significa que si el presidente recibió la policía es porque le reditúa en términos electorales. Eso implica que una porción grande de la sociedad está de acuerdo con causarle dolor – el más extremo de todos, que es la muerte – a quien causó dolor. El rol del Estado de Derecho – y si algún sentido tiene – es evitar las salvajadas, no fomentarlas. Las garantías constitucionales, lejos de ser una herramienta de la delincuencia, es una potente arma de todxs los ciudadanxs, para evitar matarnos unos a otros. Sin embargo, que reditúe electoralmente la medida de recibirlo, asegura que estos hechos se repetirán.
6) No hay nada que genera mayor inseguridad que la obsesión por obtener seguridad, porque se llevan adelante acciones descabelladas como matar o como legitimar los asesinatos.
Vivir en una sociedad más pacífica exige del Estado que a la violencia social no se le sume la violencia institucional, porque eso nos aleja del ideal del Estado de Derecho y nos acerca a los Estados totalitarios, que construyen enemigos y luego los combaten con violencia infinita. Los aniquilan.
Auschwitz, La Esma, La Perla, El Estadio Nacional de Chile, Guantánamo y otras experiencias del mal absoluto del siglo XX, tienen la potencialidad de construirse en una pedagogía del horror que nos enseñen a vivir mejor, y no a matarnos unos a otros mientras el Estado festeja con los colmillos ensangrentados.